miércoles, 18 de enero de 2017

¡¡¡HONOR DE SOLDADO Y ORGULLO DE HIJO!!!

¡¡¡HONOR DE SOLDADO Y ORGULLO DE HIJO!!!
    He hablado, en mis escritos, y seguiré hablando sobre mi pueblo, sobre  su historia y sobre sus gentes; pero me siento obligado a hablar también  sobre una persona de la cual me siento orgulloso; esa persona es  Mariano Díez de las Moras, mi padre.

    Mi padre como muchos padres de su tiempo,  fue un hombre honrado, trabajador, sencillo, respetable y respetado en su pueblo y en todos los lugares donde fue. Era de esos padres de la  mitad del siglo XX que, sin psicólogos, sin escuelas para padres y sin ningún manual de instrucciones, fue capaz de criar a sus tres hijos y educarlos para que fueran hombres, con toda la magnitud que la palabra hombre conlleva. Pero no voy a hablar de Él como hombre trabajador ni como padre, pues en mi pueblo en aquella época habría muchos como él. Voy a escribir aquí de una faceta de su vida de la cual él no solía hablar a pesar de que, por su mutilación, era evidente que había sido soldado. Quizás recordaba las palabras de su general Muñoz Grandes cuando, dirigiéndose a los heridos que volvían a España, les dijo: “Cuando vuestra gente se os acerque con el natural afán de saber de nuestra vida en Rusia, jamás habléis de vuestras heroicidades, pero sí debéis  hablar de las gloriosas hazañas que realizaron los que aquí han muerto…”.

    En una ocasión, preguntado por mi hijo, su nieto Mariano que tanto quería, sobre la guerra, le contestó: “Tu abuelo, hijo, ha sido siempre un hombre de paz que por circunstancias que tu no entenderías, tuvo que luchar en dos guerras”. Y tenía razón, pues los jóvenes soldados siempre han sido llevados a las guerras por los políticos o por las circunstancias que estos promueven. Ya el novelista inglés Samuel Butler decía: “Basta el instante de un abrir y cerrar de ojos, escuchando a los políticos, para hacer de un hombre pacífico un guerrero consumado”.

  Hoy tengo en mi poder su documentación de soldado. Viejos papeles, ya amarillentos, que él guardaba como oro en paño, y que nunca aireó para darse importancia, vetustas fotografías de aquellos duros años de guerra en España y en Rusia, y títulos y diplomas de cruces y medallas ganadas con su valentía  y con su sangre derramada. Diplomas, cruces y medallas que hablan por sí solos de la pasta de que estaba hecho aquel soldado español que, como los viejos soldados de los tercios de Flandes, supo estar siempre en su puesto defendiendo su Bandera y sus ideales, sin dar nunca un paso atrás.
 Ahora  ha llegado el momento en que yo, su hijo, saque a la luz su historia militar, de la cual, a pesar del  odio que tengo a las guerras, me siento orgulloso como hijo. Sé que resulta muy difícil, en estos tiempos, hablar de un soldado que fue falangista en nuestra Guerra Civil de 1.936, y que luchó en el ejército nacional hoy llamado franquista. Y no solamente es difícil esto, sino que por añadidura este soldado español luchó en Rusia como miembro de la División Azul, integrada en el ejército alemán del Tercer Reich, cuyo líder absoluto era  Hitler. Pero… ¿Desde cuándo la valentía de un soldado  se mide por el bando en el que lucha?; un soldado es valiente o cobarde si demuestra valentía o cobardía ante el enemigo, sea éste blanco, negro, azul o colorado. O es que ¿los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado, no fueron valientes a pesar de haberse sublevado contra su propio Rey?. Los soldados son valientes cuando, venciendo el natural miedo que la cercanía de la muerte produce, presentan cara al peligro y son capaces de no perder su honor, que es lo que sucede cuando se actúa con  cobardía.
    Yo, su hijo, no he podido demostrar valentía en ninguna guerra pues, gracias a Dios, no ha sido necesario, pero si tengo ahora la oportunidad de demostrar que no me duelen prendas, exponiendo y defendiendo los hechos vividos por el  soldado Mariano Díez de las Moras, del que tengo la enorme  satisfacción y el grandísimo orgullo de ser su hijo.
   A estas alturas del siglo XXI la extrema izquierda española saca pecho atribuyéndose para si toda la razón y todas las bondades; mientras que la derecha llena de cabezascapitidisminuidas”, teniendo miedo a defender sus ideales, callan y otorgan. Callan las razones económicas, sociales, políticas  y religiosas que tuvo el Alzamiento y otorgan toda  la razón a una extrema izquierda cada vez más envalentonada.
 En una guerra y menos si es civil, nadie está en posesión de la verdad absoluta, y las diferencias de ideas han de resolverse por medio del diálogo y el razonamiento, no a través de la violencia y de los enfrentamientos armados que solamente producen dolor y muerte.
    Don Gaspar de Guzmán, Conde de Olivares amenazó, en cierta ocasión, a   D. Francisco de Quevedo diciéndole  que no escribiera sátiras contra él, porque se lo iba a hacer sentir; y Don Francisco, sin amilanarse, le contesto con otros versos que empezaban así:

            No he de callar por más que con el dedo,
Ya tocando la boca o ya la frente,
Silencio avises o amenaces miedo.

    ¿No ha de haber un espíritu valiente?
        ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
        ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?.


    Yo no he de callar mis sentimientos hacia el recuerdo paterno, pues a pesar de no tener un espíritu tan valiente como el suyo, nadie me hará sentir o arrepentir de haber contado su historia como soldado  y siempre diré lo que siento sobre el tema, pues siempre he estado, estoy y estaré  muy  orgulloso de mi progenitor.

Un soldado en plena juventud

   Mariano Díez de las Moras nació el 29 de abril de 1919  en Esguevillas de Esgueva , era hijo de Mariano Díez y Mª Cruz de las Moras, y el 19 de marzo de 1938, sin haber cumplido los 19 años de edad, fue  llamado a la caja de reclutas de Valladolid, donde se le integró en la 1ª compañía del 1º batallón con destino a Matapozuelos donde, con solamente un mes de instrucción, jura bandera el 25 de abril, (faltándole 4 días para cumplir 19 años) y quedó integrado en el regimiento de San Quintín.


                                                        Mariano Díez de las Moras a los 19 años

HECHOS DE ARMAS EN LA GUERRA ESPAÑOLA

    El día 5 de mayo del 1.938, es destinado a la 3ª compañía, 7º batallón del regimiento nº 28 de la Victoria; y es trasladado al Frente de Toledo, donde se estaba dirimiendo una de las más cruentas batallas de nuestra última guerra. Allí después de ser frenada la ofensiva republicana, que había lanzado innumerables contraataques en los sectores de Seseña, Illescas y Torrejón de Velasco, el frente se había estabilizado en el curso del río Tajo, desde Puente del Arzobispo hasta Aranjuez, donde giraba hacia el norte siguiendo el curso del río Jarama. Allí se encontraron dos ejércitos  de españoles igual de valientes, igual de patriotas, los dos luchaban por España, pero  cada uno con una idea de la Patria diferente. El choque fue brutal, desesperado, sangriento y al no poder avanzar  ninguno de ellos, se fortificaron construyendo trincheras, blocaos y búnqueres, que hicieron que el frente se estableciese allí, sin que ninguno de los dos adversarios pudiera sobrepasar al otro.


Plano del frente de Toledo y la Cuesta de la Reina

    Durante los meses de mayo, junio y julio con el 7º batallón  del regimiento nº 28 llamado de la Victoria, los combates se recrudecen, mostrándose comportamientos heroicos de uno y otro lado de las trincheras. Por fin, después de romper el frente de La Cuesta de la Reina, avanza y entra en combate, con su regimiento, en el frente de Madrid y más tarde, girando en dirección Este, entra de nuevo en combate en el Frente de Teruel, en la célebre batalla de la Sierra del Espadán, donde el día 24 de agosto de 1938, durante una sangrienta refriega, cae herido de bala regando con su sangre el suelo patrio que él tanto amaba. Es evacuado del campo de batalla y llevado a los siguientes hospitales: El mismo día 24 de agosto al hospital de Teruel, el día 28 del mismo mes es trasladado al hospital de Burgos, donde permanece ingresado hasta el día 1 de septiembre, que es llevado  al hospital de la Coruña, para después finalizar en Santiago de Compostela donde terminada su recuperación es dado de alta.


Mariano Díez de las Moras y un amigo

    Recuperado de sus heridas, es trasladado al frente y se incorpora al 4º batallón de su antiguo  regimiento nº 28 de la Victoria situado esta vez en Robledo de Chabela en la posición de  LA ATALAYA. Actúa durante varios meses con esta unidad en el Frente de Extremadura, en el Sector Principal de Castuera, Monte Rubio y Peraleda; destacándose en todo momento por su arrojo en el combate y por  permanecer siempre firme en su puesto, cumpliendo las consignas y órdenes que le fueron encomendadas por sus mandos. Es obligatorio destacar que,  en las operaciones realizadas en Peraleda, durante un ataque osado, rápido y valiente se infiltra en las líneas enemigas y en compañía de un oficial  capturan 22 prisioneros. Este hecho tan destacado, figura en su hoja de servicios y salió publicado en la Orden del día del Cuerpo, en la ciudad de  Salamanca.

    Por su valentía y arrojo en los combates, en que intervino, adquirió suficientes méritos de guerra para ser  ascendido a cabo y condecorado repetidas veces como más adelante demostraré.

    Terminadas las operaciones bélicas en este frente, es enviado con su unidad a la toma de Madrid. En la capital de España la contienda ya se daba por perdida, y se rinde incondicionalmente al ejército de Franco el día 28 de marzo de 1939, dándose por terminada la guerra aunque el parte definitivo se diera el día UNO de abril.

    Al coronel Casado y al resto de miembros que formaban El Consejo Nacional de Defensa, excepto a Julián Besteiro que voluntariamente quiso quedarse en Madrid, se les permitió escapar y embarcar en un buque de guerra inglés que los esperaba en el puerto de Gandía.

    El día uno de abril Franco daba el siguiente comunicado, escrito de su puño y letra: 



“En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo,
han alcanzado las tropas nacionales los últimos objetivos militares.
La guerra ha terminado”.

    Sí, la guerra civil había terminado con miles de muertos. Miles de jóvenes que ya no vivirían para formar una familia, miles de niños que ya no nacerían porque quien estaba designado para ser su padre, había visto truncada su vida en la flor de su juventud. Había terminado con miles de personas inocentes muertas, sin ni siquiera haber empuñado un arma. Había terminado con pueblos y ciudades semiderruidos por las bombas y la artillería. Había terminado con cientos de civiles y religiosos muertos por sus creencias políticas o religiosas. España había sufrido muchísimo, y sus heridas abiertas tardarían muchos años en cicatrizar; pero por fin la guerra había concluido y ahora empezaba el arduo trabajo de, como el Ave Fénix, resurgir de las cenizas y  levantar, entre todos, una nación devastada, dividida y arruinada.

FIN DE LA GUERRA Y MARCHA A RUSIA

      Terminada la guerra es integrado en la Columna de Operaciones de Asturias, donde sigue cumpliendo servicio militar desde el UNO de julio de 1939 hasta el TRES de octubre del mismo año, en que es trasladado, con su unidad, a la Guarnición de Tarifa (Cádiz) , y pasa a pertenecer al Regimiento de Infantería de Línea nº 46. Allí se hace pasar por la academia a todos los que habían ascendido por méritos de guerra y revalida su nombramiento de cabo el día UNO de Junio de 1.940. Un mes más tarde, justamente el UNO de julio de 1941, el cabo Díez de las Moras se alista voluntario a la División Azul para combatir el comunismo en la propia Rusia.

    El cabo Díez de las Moras formaría parte de los primeros 18.000 soldados que salieron de España, la mayor parte de ellos falangistas; se la denominó “La División Azul”, debido al color  de su camisa que más adelante se negaron a reemplazar por la camisa del uniforme alemán.
    En la Guerra Civil española a este valiente soldado se le concedieron las siguientes  condecoraciones:
.-  UNA MEDALLA DE CAMPAÑA.
.-  UNA CRUZ ROJA DEL MÉRITO MILITAR.
.-  UNA CRUZ DE GUERRA.
.-  UNA CRUZ A LA CONSTANCIA.
.-  UNA MEDALLA DE SUFRIMIENTOS POR LA PATRIA.
    A continuación expongo los viejos y deteriorados documentos que lo acreditan así como la fotografía de las condecoraciones.




LA DIVISIÓN AZUL

   Villanos para unos y héroes para otros, estos soldados españoles protagonizaron hechos insólitos como caminar más de  1.000 Km. para llegar al combate o cruzar el lago Ilmen con temperaturas de 52 grados bajo cero.

    El día 22 de junio de 1941, Hitler atacó por sorpresa a Rusia en la denominada Operación Barbarroja”.  119 divisiones de infantería, 19 acorazadas, y 15 divisiones motorizadas. Un total de 3.050.000 hombres que, con la ayuda de 12 divisiones rumanas y 18 finlandesas, entraron en Rusia desbordando al ejército soviético y abriendo un frente de casi 2.500 kilómetros, que iba desde el océano Ártico por el norte hasta el mar Negro por el sur. 
    En España, acabada la guerra, los ánimos estaban muy exaltados y no faltaban políticos y altos cargos militares que animaban a Franco a entrar en la guerra al lado del ejército  alemán, pero Franco, que ya tenía el poder absoluto, declaró a España neutral.
     Meses más tarde empezaron conversaciones diplomáticas entre Berlín y Madrid. En estas conversaciones, Alemania exigía a España que se implicase en la guerra, compensando de esta manera la ayuda que, el ejército nacional, había recibido del Tercer Reich con la Legión Cóndor. Estas presiones y el hecho de que Italia entrase en la guerra el día 10 de junio de 1940, hicieron que Franco cambiase la posición de neutralidad por la de “no beligerante”. Esto suponía que España se convertía en aliada de Alemania pero sin entrar físicamente en la contienda, ya que no existía ninguna declaración de guerra contra la URSS. A cambio y a propuesta del ministro Ramón Serrano Súñer, le promete a Alemania mandar una división de voluntarios que será llamada “División Española de Voluntarios”. Más tarde, a esta división José Luis Arrese la denominaría “División Azul”. 
    La División  Azul española se convirtió en la 250ª División de infantería al servicio de las fuerzas armadas alemanas en el Frente del Este. ¡¡¡Caro fue el pago del favor a la ayuda alemana!!!, pues de los 45.482 hombres que la integraron, España sufrió en la estepa rusa las siguientes bajas: 4.950 muertos, 9.520 heridos, 1512 con miembros congelados, 5.510 enfermos y más de 350 prisioneros. Alemania había perdido en la guerra española poco más de 300 soldados, una cantidad minúscula comparada con los números de bajas que acabamos de ver. Pero así ha sido siempre la nación española, pródiga en dar hijos que derraman su sangre por defender sus ideales. Esta vez se trataba de combatir al comunismo ruso en su propia tierra, perseguir al oso dentro de su propia guarida, pero ¡¡Rusia era tan grande!!.
    Ramón Serrano Súñer, el día 24 de junio de 1941, había arengado a los jóvenes falangistas diciendo, desde el balcón de la Calle Alcalá de Madrid, que Rusia era la culpable de todos los males acaecidos en nuestra guerra, incluida la muerte de José Antonio, fundador de la falange. Estas palabras hicieron hervir la sangre de aquellos jóvenes, y en pocos días sobraban voluntarios dispuestos para morir en Rusia. Hasta tal punto alcanzó esta  obsesión por ir a la guerra, que había quien pedía recomendaciones para formar parte de aquellos primeros  18.000 hombres que, desde todos los sitios de España, se concentraban en Hendaya para iniciar el largo viaje que les había de llevar a la muerte o a la gloria.
    Allí en la frontera con Francia, en los Pirineos Atlánticos, estaba el cabo Mariano Díez de las Moras de Esguevillas de Esgueva; sólo, ilusionado pero también abrumado. ¿Qué pensamientos tendría entonces en su cabeza aquel joven muchacho de pueblo?; a mí, en alguna ocasión, me dijo que cuando el tren inició la marcha rumbo a lo desconocido, se acordó de su Pueblo, de su casa, de su madre viuda y de sus cinco hermanos menores que él… y un dolor agudo le mordió el corazón hasta tal punto que las lágrimas le afloraron a sus ojos, como afloraron en los ojos de  muchos de aquellos soldados que iban a la guerra, arrancados de su casa, de su familia y de su tierra.
    Antes de partir, todos los soldados recibieron una ducha caliente mientras sus ropas y equipos eran desinfectados, después se los sometió a controles médicos y por último se efectuó el transbordo a los trenes alemanes, cuyos vagones eran más limpios y más cómodos que los españoles. 
   
EMPIEZA EL VIAJE

    Cuando los trenes salieron de la estación de Hendaya, ésta estaba engalanada con estandartes y banderas, se oían himnos y canciones militares alemanes y españoles y el trato alemán hacia nuestros soldados fue cortés y servicial, se notaba el agradecimiento del Tercer Reich hacia nuestros hombres. El viaje tomó otro cariz cuando el tren cruzaba la Francia ocupada, pues se les increpaba y en más de una ocasión llegaron a impactar piedras contra los vagones de los trenes, en protesta de que tropas españolas fueran a ayudar al ejército alemán, que les había derrotado y ocupado su nación. El convoy de guerra siguió imparable paralelo a la costa atlántica, y así atravesó las ciudades de Burdeos y Poitiers hasta llegar a Tours. Pasada esta ciudad la línea férrea giró hacia el este enfilando el valle del Loira, y cruzando Blois y Orleans, hasta llegar a Troyes. Después cruzaron las regiones de Lorena y Alsacia que habían sido anexionadas a Alemania; y tras pasar por Nancy y Luneville, cruzaron el río Rhin a través de  la ciudad de Estrasburgo.
   Cuando el convoy ferroviario discurrió por territorio alemán la situación cambió drásticamente, pues aquí los divisionarios son aclamados por todos los lugares por donde pasan, y se dan casos de ciudades como Karlsruhe, donde una multitud de más de 10.000 personas se situaron en los andenes de la estación para saludar a los españoles y agasajarlos, en mesas preparadas para ello,  con un típico almuerzo alemán. Después la expedición siguió hacia las ciudades de Heilbron y Núremberg (donde acabada la guerra se celebraría el célebre juicio contra los nazis). Por fin, después de miles de kilómetros en tren, cruzan Weiden y llegan a la base militar de Grafenwörhr (era el 17 de julio de 1941).


Viaje en tren de la División Azul (3.300km)

    Nada más llegar a esta base militar, se preparó a los soldados en el manejo de las nuevas armas alemanas y se proporcionaron los nuevos uniformes alemanes, aunque los falangistas no quisieron cambiar su camisa azul por la camisa alemana.
    El día 31 del mismo mes de julio se produjo el “Juramento al Führer”, para este acto se dispuso el campo de instrucción de Kramemberg, donde toda la División formó acompañada de una  compañía de honor del ejército alemán. Presidían la ceremonia las banderas de España y de Alemania, junto a ellas estaban el general Muñoz Grandes con su Estado Mayor y los generales Fromm y Von Cochenhausen como jefe de la ceremonia. El texto de la jura también fue modificado a instancia de los españoles para hacer constar que la División Española solamente iba a luchar contra el comunismo ruso y no contra otros pueblos o naciones. El juramento decía así:¿Juráis ante Dios y por vuestro honor de españoles, absoluta obediencia al jefe de las Fuerzas Armadas alemanas, Adolf Hitler, en la lucha contra el comunismo, y juráis combatir como valientes soldados, dispuestos a dar vuestra vida en cada instante por cumplir este juramento?”
 La División juró con un ¡¡SÍ!! Que retumbó en todo el campo de Kramemberg y quedó integrada definitivamente en el ejército alemán.
    El no querer cambiar de camisa y tener que modificar la  letra del juramento hizo que, las tropas alemanas que se creían superiores por su disciplina y por su raza aria, mirasen con cierta antipatía a los españoles.
    Cada soldado recibió una placa identificativa y al cabo Díez de las Moras se le dio está, cuya fotografía pongo.  Está placa ahora está en mi poder y su cordón algo deshilachado y sucio, aún conserva seco el sudor de su cuerpo; sudor producido por los largos días de marcha, por el sufrimiento en las batallas y por ese sudor frío que la presencia de la muerte produce hasta en los hombres más valientes. En caso de muerte, la placa se cortaba y se dejaba la parte de arriba en el cadáver para ser identificado posteriormente.


Placa identificativa del cabo Mariano Díez de las Moras

    Constituida la 250 división de infantería de la Wehrmacht, durante tres semanas se hizo una instrucción intensiva y práctica para familiarizar a los españoles con el novedoso armamento alemán; después se trasladó a la División hasta la ciudad polaca de Suwalki, para dejarlos descansar unos días e iniciar la larga marcha a pie hasta el frente ruso.
    En  Polonia, la guerra, había quedado destruidas todas las carreteras y vías férreas, por lo que no quedaba otro remedio que caminar. Recorrían una media de 40 kilómetros diarios por un recorrido muy complicado: frecuentes lluvias que hacían intransitables los caminos, espesos bosques donde las carreteras eran apenas unas estrechas veredas, que dificultaban en gran manera la marcha de la División; la dureza del calzado y el excesivo peso de los equipos, producían llagas en los pies y en los hombros de los soldados.
    Tras dejar atrás las ciudades de Grodno y Lida, llegaron a Vilna, capital de Lituania, el día 8 de septiembre de 1.941.
   En el mes de agosto del año 2.015 estuve, con mi esposa, en Polonia e hicimos en coche esta misma ruta en compañía de D. Andrew Gasowski y D. Grzegorz Łoński. La carretera era aún bastante mala pero puedo asegurar que en cada vuelta del camino, en cada pueblo que pasábamos, en cada paisaje que miraba, a través de Polonia y Lituania, recordaba aquella marcha impresionante hecha por la División Azul en la que estaba mi padre, y el corazón me latía de una forma especial. Y de forma aún más especial cuando entramos en la catedral del Vilna, de la que tanto me había hablado él. Allí me di cuenta de que aunque nuestro cuerpo muere, el espíritu permanece en el tiempo; pues en el interior de la Catedral me pareció sentir la presencia paterna que, 74 años atrás, con cientos de compañeros habían oído misa entre aquellos muros.
   En Polonia no encontré a nadie que me hablara mal de aquellos españoles y, es más, algunos me contaron que habían oído decir a sus mayores, que aquellos soldados eran muy religiosos y no se metían con nadie, que era fácil reconocerlos en medio del paisaje, pues cada unidad de infantería estaba encabezada por un abanderado; cada pieza de artillería lucia una medalla, o de la Virgen del Pilar, de Covadonga o de la Virgen de la Paloma; y sobre todo sus canciones que alegraban la dura marcha.
    Los  alemanes criticaban a nuestros soldados tachándolos de indisciplinados pues, en aquellas largas marchas, no cuidaban el brillo de sus botas, llevaban desabrochados los botones de la guerrera, no se afeitaban e incluso metían las manos en los bolsillos del pantalón. Craso error, pues después de la batalla del Vóljov, Los alemanes quedaron impresionados por el heroísmo y la capacidad de sacrificio de la infantería española. Se demostró con creces que es en el combate y no en la retaguardia,  donde se demuestran las cualidades de un buen soldado. Hasta tal punto Alemania quedó impresionada por la heroicidad de las tropas españolas, que el mismo Adolf Hitler dijo de ellos: “Los españoles no han cedido nunca una pulgada de terreno…Es difícil poder imaginar a soldados más valientes, duros contra las privaciones, apenas se cubren, e impávidos desafían a la muerte. Sé que, de todas formas, nuestros hombres están siempre encantados de tenerlos como vecinos en su sector.”


Marcha a pie de la División Azul (más de 1.000 Km)

    La División dejó Vilna y, después de pasar por Molodezno y Minsk llegaron a Borisov, ya en tierras soviéticas. Los caminos estaban intransitables, haciendo aparición por primera vez la célebre “rasputitsa”, que no era otra cosa que la gran cantidad  de lodo que se producía por la incesante  lluvia y la nieve derretida. De Borisov se encaminaron a Orsha y cuando ya faltaba poco para llegar a Smolensk, ocurrieron unos hechos que iban a cambiar por completo el destino de la División Azul.

    Los ejércitos rusos habían dejado de retroceder y lanzaron un potente contraataque en el sector de Leningrado. Por este motivo el general alemán Von Leeb pidió refuerzos a Hitler y éste decidió trasladar tres divisiones a socorrer el frente norte; siendo la División Azul una de las tres seleccionadas. De este modo los españoles fueron separados del 9º ejército e integrados en el decimosexto que lucharía en el Grupo Norte, allí donde más frío hacía.

    Todo el convoy tuvo que dar media vuelta y dirigirse, en dirección contraria hasta el cruce de Orsha con Vítebsk, para después tomar dirección norte y, pasando por esta última, llegar a la ciudad de Dno para terminar, después de más de 50 días de marcha,  en la histórica ciudad de Novgorod que era el lugar donde estaba situado el frente.

    La División Azul se desplegó a lo largo de la margen oeste del río Wolchow o Vóljov   correspondiendo al Coronel Esparza con su regimiento 269, donde militaba el cabo Díez de las Moras, el lugar más al norte. Donde el frío era más intenso y donde se iba a dirimir una de las batallas más importantes de la Segunda Guerra Mundial.

    Aquel invierno de 1.941 fue el más frío que se había conocido durante décadas, las temperaturas descendieron a más de 30º bajo cero, a pleno día,  provocando la obstrucción de muchas armas y más de 100 soldados hospitalizados por congelación de algunos de sus miembros. Por fortuna, el ejército español había previsto aquella situación y había mandado 18.000 abrigos y pasamontañas. Por cierto, los pasamontañas habían sido encontrados en los depósitos de las Brigadas Internacionales de nuestra Guerra Civil, y curiosamente habían sido fabricados en la URSS.

La División Azul en el Wolchow (Vóljov). Marcado en rojo
 el lugar donde fue herido el Cabo Díez de las Moras.

El vÓLJOV

    El Vóljov es uno de los grandes ríos europeos que conecta el lago Ilmen con el lago Ladoga. Cuando los españoles llegaron a su orilla oeste, quedaron admirados por la gran anchura que tenía, que aunque no era el más ancho de Rusia (unos 300 m), sí era muy superior a cualquier río de España. Este río se congela a  primeros de noviembre y permanece helado hasta el mes de abril, permitiendo el paso de personas y animales por encima del hielo, como si de una pista helada se tratase. Por aquellas fechas, aunque el frío era intenso, solamente se habían helado las márgenes del río y, como los rusos habían volado los puentes, era necesario cruzarlo en botes neumáticos con capacidad para 8 personas.

    El mismo día 12 de octubre, fiesta del Pilar, los rusos lanzaron un fortísimo ataque sobre el frente defendido por la División Azul. Pero los hombres del regimiento 269 se emplearon a fondo y el ataque fue  repelido por las tropas españolas causando a los soviéticos 50 muertos y 80 prisioneros.

   Pronto el alto mando alemán se da cuenta que el paso del río es demasiado arriesgado pues en la otra orilla los rusos tienen numerosos puestos fuertemente guarnecidos, con ametralladoras y morteros además de un gran polvorín fuertemente defendido por gran número de soldados. Pero como la ubicación  de estos lugares era totalmente desconocida, se encarga a la División Azul que dé diversos golpes de mano para coger prisioneros que puedan informar del campo enemigo, antes de dar el salto definitivo al otro lado del Vóljov. El general Muñoz Grandes ordenó al coronel Esparza la autoría de estos golpes de mano, para más tarde dirigir el paso del río. Había comenzado  “La Batalla del Vóljov” que tantos muertos y heridos causaría en los dos bandos.

   Siguiendo las órdenes cursadas por el General, el coronel Esparza pone al teniente Galiana al mando de una sección de asalto  formada por soldados escogidos, entre los cuales estaba el cabo Díez de las Moras que ya se había distinguido por su valentía y arrojo peleando contra los bolcheviques el día que estos atacaron el frente por el lugar donde estaba el regimiento 269.  Estos dos hombres protagonizarían uno de los hechos más gloriosos de los que puede presumir la División Azul.

    Durante varias noches, en esas noches largas oscuras y frías que se dan en esas latitudes, con las cejas cargadas de escarcha y el aliento helándose al salir de la boca, la sección de asalto pasaba el río en botes de goma y, sin hacer ruido,  intentaba infiltrarse en territorio enemigo para sacar la información necesaria que permitiera el ataque definitivo. Pero los escuchas y vigías rusos, que hacían guardia pegados al frío suelo de la estepa, semienterrados en la nieve que a primeros de octubre ya era abundante, y aguantando temperaturas extremas, pronto descubrían a los intrépidos españoles, y estos eran recibidos con fuego de morteros, ametralladoras y ráfagas de fusiles naranjeros.  Por este motivo la sección de asalto era diezmada una noche si y otra también, ocupando cada día otros soldados el lugar de los caídos. Así ha sido siempre la nación española, luchando por todo el mundo y llenando de tumbas de héroes todas las tierras por donde pasa.

   


Cementerio español en Grigorovo (Rusia)

 Hay unos versos, sobre España, de Bernardo López García, muy bellos y que sirven para ratificar esta afirmación.  Son los siguientes:


                                                           Doquiera la mente mía
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
contando tu valentía.
Desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola,
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡¡¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!!! 


     Hasta tal punto sufría bajas la sección, que el coronel Esparza, muy duro con los oficiales pero con corazón sensible para los soldados, en una ocasión, llegó a decir muy serio y enfadado por los hombres  perdidos,  al valiente teniente Galiana:
 -“¿Qué ocurre que cada día tiene más bajas y a usted no le pasa nada?.
 Respondiendo el teniente, con humildad pero sereno y valiente:
-“Mi coronel el cabo de las Moras, que siempre está a mi lado, puede dar testimonio de que  peleo en primera línea y delante de todos mis hombres.”  

    Mi padre me contó que fue verdad esta conversación y que también  era verdad la valentía del teniente, cuya  bravura  no tenía límites y nunca exigía a sus soldados aquello que él no hiciera.

NOCHE DE HÉROES

        Lo que aquella noche pasó, se puede leer en varios libros y documentos oficiales, algunos de los cuales yo  tengo en mi poder. Pero dispongo del mejor de los relatos dado por uno de los dos protagonistas de aquel célebre hecho de armas; el cabo Mariano Díez de las Moras, mi padre. Bien es verdad que también me atendré  a los hechos contados  según el Diario Oficial del Ministerio del  Ejército nº 227, el libro “Con la División Azul en Rusia” escrito por el mismo coronel José Martínez Esparza y otras publicaciones.

    El alto mando del Ejército del Norte, da la orden de avanzar a la División Azul pero la situación del enemigo era totalmente ignorada por las tropas comandadas por el Coronel Esparza, pues como antes ya dije, al otro lado del río, en territorio enemigo, había un gran polvorín fuertemente fortificado y protegido por una guarnición muy numerosa de tropas.

     El teniente Galiana recibió la orden de, con su sección de asalto, localizar y volar aquel polvorín que tanto impedía el avance del regimiento; y el día 18 de octubre, hacia las dos horas de la mañana, en una noche oscura y fría como todas las vividas por aquellas fechas  en aquel lugar, El teniente Galiana y el cabo Díez de las Moras, cruzan con su sección de asalto el Vóljov en botes neumáticos. Las orillas estaban ya muy heladas y el resto de la corriente empezaba a congelarse, por lo que el río parecía una sierpe de plata dispuesta a engullir en su gélidas aguas a aquellos osados soldados. El paso se realizó en silencio, sin chapoteo de remos y con los cinco sentidos pendientes de la otra orilla. Nadie los había descubierto y asegurados los botes, empezaron  la progresión aprovechando la oscuridad y todos los accidentes que aquel  terreno les ofrecía.

Teniente Jaime Galiana Camilla


Cabo Mariano Díez de las Moras





 Avanzaban en silencio absoluto,   con los ojos bien abiertos y las pupilas dilatadas por la oscuridad pues aquella noche no había luna. A pesar de que la escarcha cubría sus ropas y sus pies pisaban la nieve helada, no sentían frío ya que la adrenalina que segregaba su organismo, aumentaba su frecuencia cardíaca y preparaba todo su cuerpo para una lucha inminente. De pronto, de un lugar indeterminado de la oscuridad una voz lanzó el grito de ¡¡¡Hurra!!!, ¡¡¡Hurra!!!, ¡¡¡Hurra!!! (Grito de guerra de los rusos); y acto seguido el “tartamudeo” de dos ametralladoras empezó a barrer la tierra por donde avanzaban. Nuevas voces y más disparos de fusiles ametralladores, al mismo tiempo que los proyectiles de mortero caían por  doquier iluminando la noche y abriendo boquetes en la nieve helada. Es verdad que disparaban a ciegas pero, era tan intenso y potente el fuego enemigo que se hacía imposible contenerlos; poco a poco la sección retrocedió  y, sin perder la cara al enemigo, haciendo uso de sus fusiles, se replegó hasta el río. De pronto cesó el fuego y el silencio volvió a reinar en la noche. El teniente Galiana y el cabo de las Moras  no habían retrocedido, estaban uno cerca del otro, pegados al terreno, con el cuerpo casi cubierto por la nieve y sin saber qué hacer, pero con la decisión de continuar marcada en el semblante.
    El teniente rompió su mutismo y con el coraje de los valientes susurró:
.- Me han dejado todos.
.- Yo estoy aquí mi teniente. Contestó el cabo Díez de las Moras, desde el hoyo que un proyectil de mortero había abierto en el suelo.
.- ¿Estás dispuesto a seguir?
.- Le seguiré a usted hasta el final.
.- ¿Tienes aún los explosivos?
.- Los tengo.
.- Pues adelante, mañana el regimiento tiene que pasar el Vóljov y con ese fortín ahí puede resultar una autentica carnicería para nuestros hombres.
    Cuando cuento esta escena, me viene a la mente lo que decía un veterano capitán de los tercios del siglo XVI : “Un soldado debe siempre  evitar la batalla pero, si entra en combate, antes de pensar en salvar su vida debe pensar en salvar su honor”.
    No hubo más palabras y cargados de explosivos, los dos avanzaron hacia su objetivo buscando la gloria o la muerte, o las dos cosas a la vez.
    En silencio, cruzaron un bosquecillo; solamente el leve crujir de la nieve al ser pisada les hacía saltar el corazón dentro del pecho. Por fin vieron tres “isbas”(casa rusa de madera) con luz, de una de ellas salía el ruido de hombres hablando en voz alta. Eran soldados rusos que bebían y charlaban relajados sabiendo que habían rechazado el ataque enemigo. Un poco más allá vieron el polvorín; se trataba de un gran búnker subterráneo difícilmente detectable por la aviación y fuertemente protegido por una numerosa guarnición de soldados que, por fortuna, después de la refriega que habían protagonizado, dormían tranquilos y confiados, en una dependencia aneja al polvorín.
   Avanzaron bajo el manto oscuro de la noche y encontraron unas chimeneas de ventilación, que comunicaban directamente con el lugar donde se almacenaban grandes cantidades de armas y explosivos. Por dicho lugar introdujeron las cargas explosivas que el teniente y el cabo llevaban, y con la mayor cautela iniciaron la retirada hasta llegar al bosquecillo que antes habían cruzado, y esperaron el resultado.
    La explosión fue brutal y fue seguida por otras más en cadena que abrieron un inmenso cráter en la tierra. El teniente miró hacia el cabo y levantó el dedo pulgar en señal de victoria, pues considerando que las pérdidas en armamento y las bajas en hombres habían sido numerosas, la brecha estaba abierta para que, al día siguiente, el 2º Batallón del Regimiento 269 al mando del comandante Miguel Román Garrido, cruzase el río y estableciera la cabeza de puente que el Alto Mando exigía.
    Iniciado el regreso, sin saber de dónde, les salieron al paso dos soldados rusos que se abalanzaron sobre ellos con ánimo de cogerlos prisioneros. La lucha era cuerpo a cuerpo y aunque los rusos gritaban, era tan grande el desconcierto que las explosiones habían causado, que nadie oía los gritos. El cabo de las Moras pronto “dio cuenta de su enemigo” y acudió en ayuda del Teniente que, aunque se batía como un tigre, llevaba la peor parte ante un adversario que le dominaba en altura y peso. El soldado ruso al verse atacado por los dos españoles emprendió la huida hacia donde se oían las voces de sus compañeros y el Cabo corrió  tras  él con objeto de que no pidiera ayuda.  En el momento de alcanzarlo e intentarlo derribar observó que algo caía de la mano derecha del soldado y la explosión le hizo perder el conocimiento.
    El Teniente se acercó al lugar donde yacían  los dos cuerpos; el ruso estaba muerto y en un principio pensó que el Cabo también, pero a pesar de ello el bravo Teniente no quería dejar allí a quien le había seguido hasta aquel infierno y tanto le había ayudado. Haciendo un esfuerzo titánico, como pudo, cargó con el cuerpo del Cabo, haciendo constar, (dice el D.O. nº 227 del Ministerio del Ejército) que mientras el cabo Díez de las Moras era alto y corpulento, el Teniente era de complexión física débil.
    Al poco rato de caminar (cuento la historia de primera mano), el Cabo despertó y lo primero que vio fueron los talones de las  botas del Teniente, después oyó su jadeo ya que el peso era demasiado para él.
.- ¿Qué ha pasado mi Teniente?
.-¡ Ya has despertado!, que susto me diste, al principio creí que habías muerto, luego me di cuenta que no. ¿Puedes andar?
.- No lo sé.
    El Teniente lo dejó en el suelo y el Cabo intentó caminar cayendo al suelo sin poder dar siquiera un paso.
.- Creo, mi Teniente, que tengo el pie izquierdo destrozado por completo aunque, si usted me ayuda, intentaré caminar. Pero no sé bien lo que ha pasado.
.- El ruski que perseguías, mientras huía, iba preparando una granada de mano para arrojárnosla hacia atrás, pero tú dándole alcance se lo has impedido y a él le ha costado la vida.
    Los dos habían perdido las armas, solamente el Teniente conservaba su pistola de oficial, y aunque  aparentemente nadie les perseguía, se oían tiros por todas partes y había mucho camino que recorrer hasta la orilla del Río. El Cabo pasó el brazo izquierdo por los hombros del Teniente y empezaron a avanzar.
    El  Cabo, ayudado por su Teniente, iba medio arrastras y dejando un reguero de sangre en la nieve fácil de seguir. Paraban de vez en cuando pues los dos estaban agotados y en una de las paradas observaron que el pie había dejado de sangrar. La Divina Providencia y el gélido aliento de la noche esteparia a muchos grados bajo cero, había coagulado la sangre que, hasta ese momento, había manado abundantemente.
    Llegaron por fin al Vóljov y sujeto al hielo de la orilla, había un bote neumático que los compañeros habían dejado. Se arrojaron a él y remaron con avidez hasta llegar a la orilla propia, donde estaban sus camaradas; los disparos de orilla a orilla habían empezado a recrudecer.
    Sigo ahora literalmente el relato que el coronel Esparza hace en su diario de guerra en la página 227: “La escena, a la sola  luz de una lamparilla de gasolina, resultaba tétrica. Entonces tuvimos ocasión de abrazar al cabo de las Moras, que lloró de emoción al verse felicitado por su comportamiento”.
    Después de hacer las primeras curas urgentes al cabo Díez de las Moras, el coronel Esparza dispuso que, dada la gravedad y al no contar con medios en aquel refugio, el herido fuera evacuado urgentemente. Para lo cual se ordenó a un campesino ruso que ya había hecho otros trabajos a los españoles, y que conocía el terreno como la palma de su mano, que con su trineo tirado por un caballo, llevase al hospital de campaña de Podberesje al maltrecho Cabo que había empezado a sangrar otra vez. Se le colocó en la parte trasera del trineo vendado el pie, bien tapado para soportar el viaje y además se le dio un fusil.
     El teniente Galiana se acercó para despedirse y los dos heroicos soldados se abrazaron con lágrimas en los ojos. Esa fue la última vez que el cabo de las Moras vio a su Teniente pues, cuatro días más tarde, el día 22 del mismo mes, aquel valiente oficial, murió asaltando un nido de ametralladoras enterrado en el lindero de un bosque.  
    El golpe había sido un éxito y, al amanecer de aquel mismo día, el comandante Miguel Román Garrido cruzó el Río al mando del 2º Batallón del Regimiento 269 sin tener enfrente la pesadilla de aquel fortín.
    El coronel Esparza propuso por aquella acción, al cabo Mariano Díez de las Moras,  para ser ascendido a sargento y solicitó para él: la Cruz Roja al Mérito Militar que se uniría a Una Cruz de Guerra concedida en días anteriores y como colofón, también le propuso para la Cruz Laureada de San Fernando individual (La más alta condecoración que se puede tener en España). Además el Alto Mando alemán le concedió La Cruz de Hierro de 2ª Clase y un Diploma de Herido Distinguido.
    El trineo se deslizaba rápidamente sobre el suelo helado y el Herido solamente podía ver la espalda fornida del conductor. Se trataba de un campesino de edad madura, con abrigo y gorro de pieles, anchas espaldas y barba muy poblada. No hablaba nada, solamente de vez en cuando chasqueaba la lengua para avivar el paso del caballo y dirigirlo por un campo nevado, sin caminos y sin luz, hacia un lugar que él sólo en su cabeza tenía marcado, y al que se dirigía como si un poderoso imán lo atrajera. El cabo de las Moras, acurrucado en la parte posterior del trineo mordía la manta, que le cubría, para soportar el inmenso dolor y se  aferraba a su fusil. Tenía orden de disparar al ruso si observaba alguna cosa extraña en él; pero en aquella interminable noche todo era tan extraño, que decidió rezar y ponerse en manos de Dios y de aquel hombre desconocido que, en verdad, le estaba ayudando.  
   Antes de que apuntaran las primeras luces del alba, el trineo paró delante del Hospital de Sangre  de Podberesje donde ya los estaban esperando y donde rápidamente el personal sanitario se hizo cargo del herido que ya estaba muy débil por la pérdida de sangre. Al momento se le puso una transfusión y se cortó de forma eficiente la hemorragia; pero allí no se decidieron a intervenir y acordaron trasladarlo en ambulancia, al día siguiente, al hospital de  Grigorovo, donde le amputaron el pie izquierdo 12 centímetros, más o menos, por encima del tobillo.

EL LARGO CAMINO DE REGRESO
     
    Aún no estaba bien despierto, cuando se acercaron dos cirujanos (uno era alemán) y una enfermera; con ellos había también un intérprete. El médico alemán le dijo, poniéndole la mano sobre el hombro: “Muchacho, me han contado tu hazaña, has sido muy valiente pero, si te sirve de consuelo,  para ti la guerra ya ha terminado. Hemos salvado la mayor longitud de pierna que hemos podido, pues cada centímetro será vital para  poder caminar, el día de mañana, con un aparato ortopédico.” 
    El doctor español le comunicó que había habido disparidad de opiniones, por miedo a la gangrena y que había quien opinaba que era mejor asegurar su vida amputando más arriba, incluso por la rodilla. Yo también opino, siguió diciendo el doctor español, que mi colega alemán tiene razón y que vigilaremos la herida pues para volver a  cortar tiempo habrá.
    Al cabo de las Moras, el mundo se le vino encima, a cuatro mil kilómetros de su casa, en un hospital de Rusia y lisiado para toda la vida, no encontraba consuelo para su pena. Se obsesionó con que alguien quería cortar su pierna por la rodilla y se propuso morir antes que permitirlo. Su carácter siempre jovial, se volvió taciturno, no quería dormir y cuando el sueño le vencía se despertaba sobresaltado y se tocaba su pierna izquierda. Se negaba a comer otra comida que él no viera que era servida de la misma perola que a los demás heridos, pues creía que con otros alimentos le iban a dormir para después operarle. Al quinto día de estar allí, vino hacia su cama una enfermera española; le traía unos dulces con el único objeto de hacerle un poco de compañía hablando en castellano, y consolarlo por la pérdida de su pie. El cabo de las Moras, desconfiando de que aquellos dulces fueran para dormirle, montó en cólera y, sin hacer caso a razones, le arrojó, a la simpática enfermera, la única bota que tenía al lado de la cama, dándole en la cabeza. Se formó un gran revuelo y no se le sancionó por dos motivos: el primero por encontrarse en aquella situación a causa de su heroico comportamiento y el segundo porque  resultó que aquella enfermera no sólo era española, sino que también era de Valladolid; su nombre era Rafaela Cuesta Sanz y no quiso exigir ningún castigo para aquel soldado herido. No volvió a ver a aquella enfermera, pero nunca olvidó su cara ni su nombre como más adelante veremos.
    A los cuatro días de este incidente fue trasladado al hospital de Soltsy, donde permaneció 5 días hasta ser llevado al de Porjov, aún dentro de Rusia pero ya muy lejos del frente de combate. En este hospital, con muy buenas instalaciones, estuvo ingresado hasta el día 7 de febrero (aproximadamente dos meses). Durante este tiempo su curación progresó muchísimo y los doctores le aseguraron que la pierna ya no habría que tocarla. Se le dieron dos muletas y él empezó a dar los primeros pasos. Primero por dentro del hospital y después por fuera del mismo. También empezó a  recobrar su alegre y juvenil humor confraternizando con otros compañeros también mutilados.
El cabo “de las Moras” con otros compañeros heridos

Un árbol solitario, un hombre solo y un solo pie.

    Durante su permanencia en Porjov, la operación cicatrizó perfectamente y el cabo “de las Moras” empezó a ganar peso, pues había adelgazado en extremo, practicaba el caminar con muletas y volvió a ser la misma persona que era. Hasta el hospital llegaban noticias del frente y hasta allí también llegaban nuevos heridos de bala o soldados con miembros congelados por el frío. Oyó hablar de varios soldados españoles que, no queriendo retroceder ante el enemigo, habían luchado bravamente varios días con tan bajas temperaturas, que  habían sufrido diferentes tipos de congelación.  
    Un día paseando con sus muletas por el hospital, vio como a un soldado español le estaban dando de comer. Tenía los pies y, sobre todo, las dos manos congeladas y apoyadas en un cabestrillo, se le había caído parte de la piel y parte de la carne y daba la impresión de que aquellas manos, ahora de un color indescriptible y tremendamente ulceradas, nunca podrían realizar su función e incluso, en el peor de los casos, corrían el riesgo de ser amputadas. Se acercó para charlar con él y…¡¡¡Oh casualidad!!! Aquel soldado era de su pueblo, si, ni más ni menos que de Esguevillas de Esgueva. Se llamaba Mauro Camino y se abrazó a él con esa alegría y ese calor fraternal que se siente cuando dos personas del mismo pueblo, se encuentran a cuatro mil kilómetros de su lugar natal, y en unas circunstancias tan difíciles como aquellas. Ninguno de los dos sabía que el otro estaba en Rusia, pero a partir de aquel momento, se pasaban los días hablando de España, de las gentes de Esguevillas, de su familia y de lo dura que era aquella guerra. Aquella amistad comenzada en Rusia, nunca la perdieron y la siguieron manteniendo hasta su muerte, a pesar de que Mauro, curado perfectamente, vivía en Madrid y venía a Esguevillas, para ver a su familia, de tarde en vez.

Mariano y Mauro ya casi recuperados. (Mauro aún oculta sus manos)

    El día 7 de febrero de 1.941 fue trasladado al hospital de Riga en Letonia y desde allí cruzando Lituania y Polonia, fue llevado a Königsberg  y después a Hof, estos dos últimos lugares ya en Alemania. De este último hospital partió para España, cruzando Alemania y Francia para entrar en nuestra Patria por  la frontera de Hendaya el día 16 de abril de 1.942. Continuó su viaje en tren hasta el hospital de Tarifa en Cádiz; ciudad de donde había partido cuando se alistó a la División Azul. Desde allí, a los tres días fue trasladado al hospital “Queipo de Llano” en Sevilla, donde pasó Tribunal Médico y fue dado de alta con la debida documentación para regresar a casa.
    Aquel joven esguevano que, en marzo de 1.938 había salido de su casa con la firme determinación de servir a su Patria allí donde el deber se lo demandase, volvía ahora, después de 4 años de  lucha y penurias, después de haber recorrido miles de kilómetros y haber cruzado, dos veces, todo el continente  Europeo, para descansar en su hogar y terminar de curar sus heridas al lado de su madre y hermanos. En sus oídos todavía retumbaba el fragor de los combates, el lamento de los heridos y aquel frío polar de la estepa rusa, aún le helaba el corazón con sólo su recuerdo. Pero en lo más profundo de su alma sentía la satisfacción de haber sabido mantener su honor de soldado más allá del deber, y las condecoraciones recibidas así lo demostraban:

RECOMPENSAS ALEMANAS:
                                                      .- Una Cruz de Hierro de Segunda Clase.
                                                      .- Un Diploma de Herido Distinguido.
RECOMPENSAS DADAS POR ESPAÑA POR SUS ACCIONES EN RUSIA:
                       
                                                       .- Una Cruz Roja del Mérito Militar.
                                                       .- Una Cruz de Guerra.


  Ya en la posguerra, entra en el Benemérito Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria se le concede el ingreso en la Real y Militar Orden de San Fernando y San Hermenegildo  y se le concede la correspondiente medalla.

AÑOS DESPUÉS
  Ya en casa, su vida cambió por completo, la paz del Pueblo, el amor maternal y el calor del hogar, lograron poco a poco la transformación de aquel aguerrido soldado, en un hombre joven con la mentalidad de un hombre maduro. Los años de guerra pasados y sobre todo la dureza de la campaña en Rusia le dieron la capacidad necesaria para distinguir lo que es importante y lo que es superfluo en la vida. Quien ha visto de cerca la muerte de sus compañeros, quien sabe lo que es sufrir un frío que arrebata la vida y quien ha vivido los duros combates cuerpo a cuerpo teniendo que usar el frío acero de la bayoneta, mientras mira de cerca los ojos de su enemigo, sabe lo bello que es vivir en paz. Se da cuenta que los problemas que el curso de la vida cotidiana genera, son superables y carecen de gran importancia. Por eso Mariano Díez de las Moras vivió una vida de hombre de paz, respetable y respetado.
    En el año 1.945 contrajo matrimonio con Macedonia Loisele Ruiz y de esta unión nacimos tres hijos que, por orden de nacimiento somos: Mariano (que es quien escribe esta historia), Moisés (que nació un 18 de octubre, el mismo día que su padre perdió el pie en Rusia) y José Luis (el menor de los tres).  Por estas fechas, el cabo de las Moras iba ya olvidando la guerra pero de vez en cuando recordaba que su Coronel había pedido para él el ascenso a sargento y la concesión de la Cruz Laureada.
    He leído bastantes artículos sobre el coronel Esparza; no todos buenos por cierto, pero lo que yo puedo contar, es lo que mi padre me decía de él. El coronel Esparza era un hombre de palabra y aunque duro en el trato con los oficiales y con los cobardes, nunca olvidaba a los valientes. Yo tengo en mi poder varias cartas dirigidas a mi padre interesándose por su salud y recordándole que estaba pendiente de aquellas propuestas que había solicitado a su  favor en Rusia. No voy a relatar aquí el contenido de las cartas pues son privadas, pero sí que pondré  la fotografía dedicada de su puño y letra  cuando fue ascendido a general. En ella trata al cabo de las Moras con el calificativo de Laureado, ya que lo consideraba seguro al interesarse él mismo en ello.

Al laureado cabo de las Moras en recuerdo del primer
Golpe de mano del 269 en el Wolchov. De su coronel.

José M. Esparza

    Las cartas y esta fotografía dedicada por el mismísimo, ya general, D. José Martínez Esparza, alentaban la esperanza del valiente divisionario, pero el día 3 de junio de 1.949 la  trágica noticia de la muerte de su General en accidente de tráfico,  le hizo perder toda esperanza.

¡¡¡ EL MUNDO ES UN PAÑUELO!!!
    Pasaron los años y, allá por 1.960,  llegó al Pueblo una cátedra de la Sección Femenina, con objeto de impartir clases a las muchachas adolescentes sobre Cultura General, Taller de costura, Bailes Tradicionales, Deportes y otras actividades. En aquellos años, el poder viajar de la ciudad al pueblo y del pueblo a la ciudad, era algo complicado ya que los automóviles eran bastante escasos; por este motivo aquel equipo femenino se hospedó en una casa del pueblo durante más de un mes, ya que la duración de estos cursos solían durar 45 días más o menos.
    La Jefa de la Cátedra, había estado en Rusia y cuando supo que mi padre era divisionario fue a visitarlo acompañada de una de las profesoras. Fueron recibidas por mi madre y, con esa natural cortesía propia de los hogares castellanos, sacó un café para acompañar la conversación.
    Llevaban ya unos minutos charlando cuando, mi Padre que no había apartado la vista de una de ellas, interrumpió la conversación y ante la sorpresa de todos dijo, dirigiéndose a la  mayor de las mujeres:
.- Creo que, aunque un poco tarde, ha llegado el momento de que te pida perdón (los falangistas tenían como norma tutearse).
    Todos callaron sorprendidos y ante la cara de estupor que ponían, él continuó diciendo:
.- Me has dicho que  te llamas Rafaela y estuviste de enfermera en Rusia, ¿no es así?
.- Efectivamente ese es mi nombre, Rafaela Cuesta Sanz y allí estuve, pero no se qué quieres decir. 
.- ¿No recuerdas a un soldado que, estando herido,  te soltó su bota a la cabeza?
.- Claro que me recuerdo; como que casi me noquea, pero ¡¡¡no me digas que eras tú!!!
.- Yo era, y por eso te pido perdón; el perdón que entonces no te pedí.    
    Todos rieron y celebraron aquel reencuentro comentando lo pequeño que es el mundo y las vueltas que da la vida. Y pasaron muchísimo rato hablando, en aquella agradable velada.  
    Yo, por aquel entonces, era un muchacho que estaba estudiando interno en Valladolid y un día me fue a visitar una señora que yo no conocía, me dijo que era amiga de mis padres y que había conocido, en la guerra de Rusia, a mi padre. Me habló de lo valiente que había sido peleando en el río Vóljov y como había perdido allí su pie. Yo escuchaba orgulloso todo aquello y me hubiera gustado que lo oyeran mis amigos, pero aquella mujer  me dejó unos dulces y se marchó. No volví a ver nunca más a aquella señora y me consta que mi padre tuvo, en adelante, poca o ninguna relación con ella. Pero resulta una anécdota tan curiosa que no he querido pasar la ocasión de recordarla en mi Blog.         
    Las propuestas de su coronel Esparza aún andaban por  las oficinas del ejército, y  el 1 de diciembre del año 1.973 se le concede el ascenso a Sargento Efectivo y se le niega la cruz laureada de San Fernando, que fue concedida al teniente Galiana por tener mayor graduación y haber resultado muerto. Ya que  su Coronel y máximo defensor había fallecido en el año 1.949, nadie defendió en aquel “Juicio contradictorio” al cabo de las Moras”, diciendo que en aquel hecho de armas no había muerto el Teniente, sino cuatro días después en otra batalla.
   Cuando esta decisión le fue comunicada, mi padre no se enfadó; simplemente la aceptó y en el escrito cuya copia poseo se puede leer lo que contestó: “Descanse en paz mi inolvidable amigo, a quien es verdad que tengo que agradecerle la vida”.
    Las medallas son solamente chatarra, me dijo en cierta ocasión, el verdadero valor está en los títulos concedidos y sobre todo en el honor de haberlos ganado. Y ese honor con mayúsculas era de lo que siempre estuvo orgulloso el cabo de las Moras; aquel joven soldado que tantas veces expuso su vida en los combates, regando con su juvenil sangre la sagrada tierra de su Patria y la inhóspita  estepa de la fría Rusia; y que en medio de la batalla solamente pensó en salvar su honor, haciendo real la célebre frase, que Calderón de la Barca, pone en boca de don Pedro Crespo“El honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios.”
   Mi padre, en vida, pocas veces contó esta historia a nadie, pero yo, haciéndome portavoz del orgullo que sus hijos y nietos sentimos, me  he sentido  obligado a rendir  a este heroico militar el HONOR que se merece, contando su apasionante historia de soldado. Y hago mía la frase de Juan Luis Vives: "¡¡Cuán grande riqueza es, aún entre los pobres, el ser hijo de un buen padre!!.
M. Díez

AL CABO de las MORAS
Héroe en el río Vóljov

Llegaste, Mariano, a la Rusia fría,
llevando en tu semblante el sol de España
y buscando la gloria en la campaña,
derrochaste valor y bizarría.

Uno más de la “fiel infantería”,
que en el río Vóljov, luchó con saña;
y teniendo a la muerte por compaña,
fuiste abatido sin perder la hombría.

¡¡¡Cuán noble es el soldado que en combate,
desafiando a la muerte cara a cara,
no teme, del enemigo, el embate

y en proteger su vida no repara!!!.
Y si entre la vida y la muerte se debate,
al salvar el honor, su Dios le ampara.

M. Díez


Bibliografía:
.- Declaración Jurada del 28 de abril de 1.992
.- Con La División Azul en Rusia (Coronel José Martínez Esparza)
.- Añoranza de Guerra (Blanco Corredeira)
.- Historia Militar del Ejército (Nº 4 del año 2000)
.- Hemeroteca de A.B.C.
.- Hemeroteca del Norte de Castilla
.- Leningrado 1941-44 (F. Martínez Canales)
.- Mujeres en Penumbra (Cristina Gómez Cuesta)
.- Bajo el fuego y sobre el hielo (Juan M. Poyato)













2 comentarios:

  1. Le felicito por su excelente relato sobre su padre. El mío también sirvió en Rusia, en la 2º de antitanques. También nació en 1919 y partió de Madrid en julio de 1941. Reciba un afectuoso saludo.

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    1. Gracias Juan M. Alameda por su felicitación. Me satisface que le haya gustado mi relato y me alegro mucho de saber que su padre también luchó en Rusia.
      Un cordial saludo.
      M. Díez

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